Alberto Reyes
Acclaim
First reviews of Chopin CD (I)

How do you like your Chopin? Big and broad shouldered? Sweet and delicate? As much as any other composer, Chopin's voice can remain intact amidst a remarkably wide range of interpretive styles. You certainly cannot say the same thing about, say Beethoven, or even Chopin's contemporaries, such as Liszt and Schumann. On this present recording, we have a collection consisting only of big pieces by Chopin, who might otherwise be considered a master of miniatures. This music is challenging both technically and structurally; the architecture of the pieces does not cohere as naturally as it does in a Beethoven sonata. Alberto Reyes definitely goes for the big and broad-shouldered approach here, and overall, this helps the listener to grasp the large, sometimes mysterious shapes of the works.

The single best word to describe Reyes' Chopin here is deliberate. Is this a nice way of saying that he is too slow? No. It is unusual to hear such care taken with the structural relationship of the sections of the pieces. In the largest works, the two sonatas, he finds the patterns not just within the movements, but among them. The final movement of the Sonata No. 3, for example, is often taken in a more rapid and excited manner than we get here, but to do so would have broken the dramatic flow that he created in the preceding movements. Reyes himself, in the affecting notes, speaks of the need to "avoid the temptation of making the otherworldly fourth movement of [the Sonata No. 2] into a colorful virtuoso etude." The Fantasy and the Barcarolle are both filled with booby traps that can ensnare pianists who yield to impulse rather than the larger scheme of the music. Even the great Dinu Lipatti, in his otherwise glorious performance of the Barcarolle, rushes somewhat in the finale, whereas Reyes, absent the sublime poetry of Lipatti, finds the elusive larger shape of the work.

In his notes, Reyes, openly conscious of the glut of recordings of these pieces, makes many references to classic performances. The very different sounds of Hofmann, Moiseiwitsch, Cortot, and Michelangeli are mentioned, in a variety of contexts. Michelangeli is noted in a somewhat pejorative vein, as Reyes admires the legendary fingerwork, while admonishing a dramatic dissonance in the overly fiery interpretation. It is a valid insight, and so I am surprised at the glowing references to Hofmann and Cortot, a pair of magnificent pianists, both who played Chopin with the kind of impulsiveness that is staunchly resisted by Reyes. He does not mention Claudio Arrau, a fellow South American (Reyes is a native of Uruguay), whose grand, gorgeously colored Chopin, always self-effacing and never flashy, seems an especially appropriate model for the fine playing of Reyes.

There is plenty of flashy Chopin out there, and much of it is fun to hear. That is not the camp that Reyes belongs to. What we have here is richly toned, thoughtfully paced, and honestly referential music-making. I have used the analogy before; forgive me if this reveals a weakness, but the Chopin of Reyes is the bottle of wine I can curl up with for an evening, as opposed to that splashy, high-octane Napa Valley cab that knocks you out too early on. The more I hear Reyes, the more I find some insightful moment, a thoughtful repose, or, most significantly, a sense of a coherent overall vision. Combine this clutch of attributes with splendid recorded sound, and you have a Chopin release of special merit. Peter Burwasser

This article originally appeared in Issue 33:3 (Jan/Feb 2010) of Fanfare Magazine.

Traducción

¿Cómo le gusta a Ud. Chopin? ¿Alto y de hombros anchos? ¿Dulce y delicado? La voz de Chopin, tanto como la de cualquier otro compositor, puede permanecer intacta en medio de una amplísima gama de estilos interpretativos. Por cierto no se puede decir lo mismo, por ejemplo, de Beethoven, ni aun de los contemporáneos de Chopin, tales como Liszt y Schumann. En esta grabación tenemos solamente una colección de obras grandes de Chopin, a quien podríamos considerar, sin embargo, un maestro de las miniaturas. Esta música es difícil, tanto en lo técnico como en lo estructural; la arquitectura de las obras no tiene una coherencia natural como en una sonata de Beethoven. Alberto Reyes opta aquí, decididamente, por el enfoque alto y de hombros anchos, y en general, esto le permite al oyente captar la forma amplia, a veces misteriosa, de las obras.

La mejor palabra para describir el Chopin de Reyes es ponderativo. ¿Es esta una manera fina de decir que toca demasiado lento? No. No es común oír tanto cuidado en la relación estructural de las secciones de las obras. En las obras más grandes, las dos sonatas, encuentra las relaciones no solo dentro de los movimientos sino entre ellos. El final de la Sonata Nº 3, por ejemplo, se escucha muchas veces tocado con más velocidad y excitación que aquí, pero de haberlo hecho, se habría roto el hilo dramático trazado en los movimientos anteriores. El propio Reyes, en sus interesantes anotaciones, habla de la necesidad de "evitar la tentación de convertir el espiritual cuarto movimiento de la Sonata Nº 2 en un estudio de color y virtuosismo". La Fantasía y la Barcarola están plagadas de trampas que pueden atrapar a los pianistas que ceden a sus impulsos, en lugar de respetar el esquema global de la música. Aun el gran Dinu Lipatti, en su gloriosa interpretación de la Barcarola, se apresura un poco al final, mientras que Reyes, sin alcanzar la poesía sublime de Lipatti, encuentra el esquivo contorno global de la pieza.

En las anotaciones del CD, Reyes, claramente conciente de la excesiva abundancia de grabaciones de estas obras, hace varias referencias a algunas interpretaciones clásicas. Menciona los estilos disímiles de Hofmann, Moiseiwitsch, Cortot y Michelangeli, en una variedad de contextos. Habla de Michelangeli de un modo un poco peyorativo, admirando su legendaria técnica a la vez que señala una disonancia dramática en su fogosa interpretación. Es una observación válida, por lo tanto me sorprenden las referencias entusiastas a Hofmann y Cortot, un par de pianistas magníficos que tocaban Chopin con el tipo de impulsividad a la que Reyes se resiste firmemente. No menciona a Claudio Arrau, un compatriota sudamericano, (Reyes nació en Uruguay), cuyo majestuoso y brillantemente matizado Chopin, siempre modesto, nunca ostentoso, parece ser un modelo especialmente apropiado para la excelente interpretación de Reyes

Hay mucho Chopin ostentoso por ahí, y una gran parte es divertida de oír. Ese no es el bando al que pertenece Reyes. Lo que tenemos aquí es una musicalidad de rico sonido, paso ponderado y honesto testimonio. He usado antes esta analogía; lo siento, si revela una debilidad, pero el Chopin de Reyes es la botella de vino que puedo disfrutar toda la velada, a diferencia de ese estridente cabernet de alto octanaje del Valle de Napa, que lo emborracha a uno con tanta rapidez. Cuanto más escucho a Reyes, más encuentro un momento de sabiduría, de calma ponderada, o lo que es más importante, una sensación de enfoque coherente y global. Combinen esta serie de virtudes con un sonido grabado espléndido y tendrán una edición Chopin de especial mérito.

Peter Burwasser, Fanfare
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